- En Catarroja, otra de las poblaciones más afectadas, muchos dueños de bares y tiendas lo han perdido todo
Cacao trabaja cabizbajo, envuelto por la misma desolación que despide todo el recinto. La puerta principal ha cedido y amenaza con venirse abajo, igual que lo ha hecho el muro de la parte trasera, donde ahora no hay ninguna barrera que separe el mundo de los vivos del de los muertos. «El cementerio está como el pueblo, o peor», asegura, y cuenta cómo las lápidas han sido arrancadas por la fuerza de la riada, y muchos nichos reventados por la presión, llegando a extraer restos mortales que ahora flotan sobre el fango, mezclados con flores de plástico y con ornamentos funerarios. «Es horrible», murmura entre lágrimas.
El cementerio de Catarroja es quizá la imagen que mejor representa la profunda pesadilla que vive esta localidad desde la tarde del martes, cuando una lengua oscura de casi dos metros de altura golpeó violentamente la comarca valenciana de l´Horta Sud. El barro lo sigue impregnando todo: el suelo, las paredes, la ropa, las botas… Pero sobre todo el ánimo de sus habitantes, que ni siquiera disponen de agua limpia para retirarlo de sus cuerpos después de bregar durante todo el día con él.
Los coches, reducidos a un amasijo de hierro y cristal, aparecen amontonados en cualquier dirección a la que se mire, como un sedimento más de la riada. Muchos de los vecinos dejaron sus vehículos aparcados frente a su casa y ahora no saben dónde están. Otros, cuando el agua comenzó a crecer con fuerza, bajaron a las cocheras subterráneas con la intención de sacarlos a la calle, creyendo que así los pondrían a salvo, pero fueron sorprendidos por la inundación y los garajes se convirtieron en una trampa mortal.
Llegada de ayuda
La mayor parte de los hogares de esta población de 30.000 habitantes continúa sin electricidad, ni gas, ni agua corriente. Al menos, la ayuda ha llegado en forma de camiones cisterna, que han comenzado a abastecer a los habitantes con agua potable. Además, el Ayuntamiento ha centralizado el reparto de alimentos básicos y medicamentos, destinado a una población que para recibirlos tiene que esperar pacientemente en colas interminables de varios centenares de metros.
Al igual que todas las localidades vecinas, como Paiporta, Massanassa, Alfafar o Benetússer; Catarroja es lo más parecido a un escenario apocalíptico, mientras sus habitantes luchan por despertarse del mal sueño en el que viven sumidos desde el martes. Los comercios, situados a ras de suelo, fueron golpeados de lleno por la lengua de agua, y sus propietarios han comenzado a limpiar su interior, aunque prácticamente dan los negocios por perdidos y tampoco confían en que el Consorcio, que se hará cargo de la mayor parte de las indemnizaciones, vaya a solucionarles la papeleta.
«El consorcio tardará mucho tiempo. Esto es un alquiler y yo no puedo mantener un local comercial sin tener ingresos. Además, tengo una empleada, y no sé qué voy a hacer con ella, porque no puedo mantener su sueldo», se lamenta Marta, propietaria de un centro de estética situado en una de las principales calles comerciales. Según cuenta, casi ni les ha dado tiempo a empezar a funcionar. Inauguraron el local en febrero, y en mayo incorporaron maquinaria láser e hidrofacial, diatermia, presoterapia… A lo que hay que sumar «todos los pedidos para la campaña de Navidad». «Muchísimo dinero, todo perdido. Toca empezar otra vez de cero», asegura.
Muy cerca de allí, Eva está en la peluquería de su marido para intentar recuperar todos los objetos personales que se hayan podido salvar. Ha acudido desde Valencia, donde vive, por primera vez desde que se produjo la riada. «A mi marido le pilló dentro trabajando, y tuvieron que sacarlo con un arnés porque se ahogaba», relata, mientras señala al interior del local, donde se acumula una gruesa capa de barro. «Tenemos seguro, pero como paga el Consorcio, podemos sentarnos a esperar. Lo hemos perdido todo», exclama con resignación.
Marea solidaria
Aprovechando la festividad, decenas de miles de valencianos, muchos de ellos jóvenes, han cruzado caminando el río Turia desde primera hora de la mañana, equipados con escobas, palas, rastrillos y capazos para repartirse entre los pueblos más afectados por la gota fría y colaborar en las tareas de limpieza. Muchos de ellos también han traído agua y alimentos. Por este motivo, este viernes era prácticamente imposible encontrar en los comercios de toda la ciudad de Valencia dos productos: cepillos y botellas de agua mineral.
La marea solidaria también ha llegado a Catarroja, y desde primera hora de la mañana los voluntarios han ayudado a retirar el barro que lo cubre todo. «Han venido amigos a limpiar, y también personas que no sabemos de dónde han salido, han aparecido de repente», cuenta José, un joven que trabaja para sacar los enseres del interior del bar que regenta junto con sus padres desde hace 7 años. «Está todo completamente destrozado, no sé qué va a pasar. Lo primero ahora es quitar el lodo, y ver el estado del local, porque las paredes están que se caen. Después, iremos día a día», asegura.
En la acera de enfrente, un poco más adelante, Carolina y Javier se encuentran junto a su óptica, aunque no se atreven a entrar en el local y están esperando a que lleguen los bomberos «para valorar si hay daños estructurales y ver si el edificio se salva». Dentro del negocio, no queda absolutamente nada, pero no porque los productos hayan sido saqueados, como ha sucedido en las poblaciones más afectadas por la riada, sino porque «venció el forjado, se formó un agujero de tres metros de diámetro en el suelo y se cayó todo al sótano».
Según comentan, no creen que «se pueda recuperar nada». «Al ser una fuerza mayor y estar todo el mundo afectado, no sabemos lo que nos darán, ni cuándo. El Consorcio ya nos ha dicho que igual nos indemniza con 6.000 euros, pero con eso no arreglamos nada», se lamenta Carolina.
Catarroja, igual que el resto de poblaciones de la comarca valenciana de l’Horta Sud, sigue intentando encajar el golpe más duro que ha recibido nunca, mientras sus habitantes luchan por renacer del lodo. El mismo que cubre también a sus muertos, los seres queridos que este Día de Todos los Santos no han podido honrar.
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