Con estrictas precauciones y aforo de 2700 personas, abrió el Rastro de Madrid
El mercadillo madrileño lleva ocho meses cerrado a causa del coronavirus.
Fuente El País (España)
Con restricciones de aforo, abundancia de mascarillas y gel hidroalcohólico y la mitad de puestos, el popular mercadillo madrileño ha reabierto entre el alivio y el ambiente festivo tras su cierre en marzo
Visita de un puesto en el Rastro de Madrid. Tras ocho meses sin abrir, el histórico mercadillo ha vuelto con 500 puestos -la mitad del total- y un aforo máximo de 2.702 personas, controlado por 150 agentes policiales y miembros de Protección Civil.
Hipnotizado por el teléfono móvil. La pantalla impide que se mire a los ojos con los pocos transeúntes que remontan la calle de Carlos Arniches, uno de los afluentes del Rastro madrileño. Bernardo García, propietario de una tienda de antigüedades, mata el tiempo saltando de una conversación de WhatsApp a otra. A primera hora de la mañana ha plantado una banqueta en la acera y expuesto algo de género a su alrededor. Espejos, figuras de porcelana, relojes de bolsillo, encendedores con solera y esclavas de oropel que esperan la llegada de los curiosos. Pero el emblemático mercadillo dominical permanece cerrado desde el ocho de marzo, cuando se cortó de golpe el torrente de fisgones, coleccionistas y buscavidas que merodeaban por aquí.
“Un domingo normal, a estas horas, esto estaría lleno de gente. Pero entre que ya no pueden venir turistas, y que el mercado ambulante ha cerrado, por aquí no pasa ni el Espíritu Santo”, explica el comerciante, de 43 años. Solo las almonedas y tiendas de cacharros, libros o antigüedades permanecen abiertas y testifican que el Rastro ha estado aquí durante más de cuatro siglos. Por su parte, los 1.000 puestos que hasta ahora jalonaban cada domingo la Ribera de Curtidores y sus calles aledañas desaparecieron con la irrupción del coronavirus. El Ayuntamiento y los comerciantes ambulantes se han enzarzado durante ocho meses en las condiciones de la reapertura, distintas a las que van a operar en otras citas tradicionales como el mercadillo navideño de la Plaza Mayor.
El Consistorio propone una alternancia de la mitad de los puestos cada domingo —desplazados de sus calles originales y trasladados a la calzada— y limitar el aforo a 2.703 visitantes. Las aceras quedarían reservadas para el tránsito y los comercios con local fijo. De este modo, el mercado se desdoblaría, con dos espacios y dos medidas distintas de prevención contra el virus. Según el documento remitido a la Asociación El Rastro Punto Es, que aglutina a la mayoría de los vendedores ambulantes, los titulares de los puestos se encargarían de colocar la cinta de balizamiento detrás de cada puesto, delimitando así ellos mismos las distintas áreas. Los asociados comenzaron a votar esta propuesta el sábado y acabarán de hacerlo este lunes. En función del resultado, este puede ser el último domingo sin Rastro. O que el cierre continúe.
Ni siquiera durante la Guerra Civil había sucedido una cosa así. Entonces el barrio fue bombardeado y el mercado se debilitó, pero nunca cerró del todo. Hoy quienes visitan el callejero sobre el que se asentaba el Rastro bajan la calle del Carnero con la mirada puesta en la pantalla del móvil. Nada anima a elevar la vista. Su paso es casi automático, como el de los soldaditos de cuerda que se ofrecen en las almonedas semivacías. Son paseantes abstraídos; sus sentidos están puestos en otro sitio. Al contrario de lo habitual, pues este mercado al aire libre solía captar toda la atención de propios y extraños. Amantes del regateo que, como espigadores urbanos, escarbaban entre las montañas de objetos en busca de todo aquello que pudiera interesar a alguien.