Un crucero con tapa boca – Vivencias de los pasajeros varados en Italia
El idílico viaje en crucero de América a Europa, es una de las experiencias que optan muchos de aquellos hijos de emigrantes que viven en Argentina, Brasil y Uruguay. Este viaje solo se puede hacer una vez al año y aquí una de ellas, la peor de todas , que les tocó vivir a nuestros compatriotas.
Hay países en el mundo que tienen a estas ciudades flotantes, llamados cruceros, como una forma de vida y entrada de divisas. Si el puerto lo permite y es una ciudad atractiva desde el punto de vista turístico, el estar en un circuito para recibir alguna compañía de cruceros, le permitirá un descenso diario de cerca de 3000 pasajeros deseosos de conocer las bondades que ofrece ese sitio, gastar en servicios y compras, hasta de artesanías etc. Con la cámara de España vale hemos recorrido la nave Costa Pacífica que llevaría a esos compatriotas al viejo mundo, y cuando se reunían con autoridades de la federación de instituciones españolas para organizar su partida.En Sud América, al menos 3 flotas de cruceros surcan el océano Atlántico. Bordeando la costa en cada temporada de verano parten desde Buenos Aires, Montevideo, Punta del Este, hacia Brasil tocando Isla Bela, Porto Belo, Santos, Rio de Janeiro, Porto Seguro y hasta Natal, es esta la ruta más atractiva para los veraneantes. Este viaje de ida y vuelta de 7 días en estos paraísos flotantes y con servicio de todo incluido son cada vez más solicitados.
Estos barcos equipadoscon mucho confort, luego de hacer la temporada, regresan a Europa en el mes de marzo. En ese viaje de regreso ofrecen la posibilidad de hacer la travesía del Atlántico en 15 días y muchos aceptan la idea que luego les permitirá seguir visitando España o Italia unos días más y alargar así el verano en esas tierras.
Las colectividades italianas y españolas radicados en Argentina y Uruguay nucleados por las federaciones de instituciones de estos países, planificaron una aventura a la que llamaron “El Retorno”.
Recreando el viaje que trajo a sus antecesores, aunque en condiciones muy confortables esta vez. Así emprendieron esta aventura y, 26 de ellos eran uruguayos.
Este video muestra uno de los momentos de la partida donde los pasajeros con sus pañuelitos se despedían de América para emprender la gran aventura trans oceánica desde la popa del crucero.
Cuando este viaje se programó en agosto de 1919 nadie podía imaginar que cuando ellos partieran en marzo del 2020 una pandemia llamada Covid 19 estaría azotando el mundo.
El día 3 de marzo abordaron el crucero con toda la ilusión de hacer el viaje de sus vidas. Los pasajeros, algunos de edades avanzadas, eran animados por sus propias familias ya que nada malo les podría suceder.
Rosario y su esposo Ruben Darío son 2 de los 500 inmigrantes y descendientes que se lanzaron a la aventura junto a otros 2300 pasajeros completando la capacidad del buque.
Todo tenía el toque de emotividad que brota de una despedida. La Dirección de Inmigración de Argentina tuvo la deferencia de entregar a los inmigrantes un certificado con el nombre de cada uno, la fecha de su llegada a ese país, y el nombre del barco que los había traído a América allá por el 48 y el 51.
Según narra Rosario bajaron del barco para visitar las ciudades estipuladas en Brasil, Río, Bahía y Maceió y luego zarparon hacia las islas Canarias. 6 días de navegación en alta mar para cruzar el Atlántico y al fin tierra a la vista… Santa Cruz de Tenerife en Canarias, Lanzarote y finalizar su viaje en Málaga. Los italianos seguírían a Génova.
Ustedes saben que cuando estamos en un crucero, se pierde mucho la noción de lo que está pasando en el mundo exterior. Es como una burbuja de servicios y opciones de diversión continua, que solo se conecta con la realidad viendo una pantalla con un mapa que muestra la ruta por donde se está navegando.
Ajenos a las noticias de la pandemia que se expandía por el mundo navegaban hacia Europa sin saber que allí no serían bienvenidos y que en los puertos no le permitirían descender del barco por la posibilidad de que vinieran infectados por el coronavirus.
Ni en Canarias ni en Málaga fue posible bajar, y recién allí comenzaron a entender lo que sucedía en tierra firme. Desde hacía 2 semanas que ellos vivieron en el paraíso flotante. El mundo había cambiado y el miedo a contagiarse del virus más letal de la historia se apoderaba de las mentes y los gobiernos, actuaban en consecuencia para evitar los contactos con extranjeros. Este virus de origen todavía muy confuso se sabe que comenzó en China y muy rápidamente se trasladó al norte de Italia, España y USA y posteriormente a todo el planeta.
La prohibición de bajar en puertos de Europa y que Málaga les cerrara sus puertas echaba por tierra los planes de muchos que pensaban visitar familiares y hasta circuitos turísticos ya contratados y traslados en avión.
Las autoridades del crucero decidieron continuar a Marsella, ya que todavía no había cerrado su puerto. Sin embargo, solo pudieron bajar allí los que eran franceses.
Quedarse flotando desesperaba más a los pasajeros así que el capitán del crucero informó que continuarían a Génova.
A esta altura, ya las autoridades de relaciones exteriores de Uruguay con el flamante canciller Ernesto Talvi a la cabeza, hacía gestiones para poder repatriar a los pasajeros uruguayos a bordo del crucero desde Italia. Esto no era tarea fácil ya que al no haber vuelos directos se debía triangular las escalas y tramitar las autorizaciones especiales con cada país. Mediante un cordón sanitario se realizaría el tránsito de los pasajeros para abordar el avión, enviado especialmente a San Pablo, para traerlos casa.
El caos comenzó a apoderarse de los pasajeros, comenzando las discusiones y hasta fuertes peleas por distintas opiniones de lo que tendrían que hacer al llegar a Génova.
Hubo gente que decía que el barco tenía que dar vuelta y regresar a todos a Montevideo y Buenos Aires. Un viaje de esa naturaleza necesita la aprobación de un Consejo de Accionistas y en estos momentos de incertidumbre eso no se podía conseguir tan fácilmente. El capitán del barco informaba las medidas a tomar y ahí comenzaban nuevas opiniones encontradas.
Lo que sí se sabía y tranquilizaba a todos, era que allí el virus no había entrado y estaban a salvo de contagiarse entre sí. Igual se comenzaron a tomar medidas de protección y hasta se vieron algunas mascarillas puestas a bordo.
Rosario cuenta: “Debo decir que las cancillerías argentina y uruguaya se pusieron inmediatamente a buscar soluciones. La empresa Costa se hizo cargo de todos nuestros gastos de repatriación. En todo momento nos aseguraron que íbamos a llegar sanos y salvos a nuestras casas. Se buscó la posibilidad de charters pagos por Costa y fueron bajando los pasajeros organizados en pequeños grupos en ómnibus desinfectados con materiales de protección rumbo al aeropuerto de Génova.”
En Génova, al ser un aeropuerto pequeño la evacuación iba a ser muy lenta, por lo que de vuelta nos hicimos al mar rumbo a Civitavechia, el puerto cercano a Roma. Y ahí comenzaron a salir más grupos de distintas nacionalidades. Las negociaciones con el gobierno italiano eran minuto a minuto.
«Fue difícil ver partir a nuestros amigos y no estar en las listas para irnos nosotros. Quedábamos cada vez menos a bordo. La empresa naviera Costa nos gratificaba nuestro lógico nerviosismo con 300 euros a cada pasajero y hasta los últimos 5 días abrió el bar y teníamos bebidas alcohólicas y refrescos gratis.
Aunque permanecíamos en un hotel flotante de 5 estrellas, con todos los servicios incluidos, la angustia de no saber que pasaría con nuestros familiares y el poco contacto que teníamos con la realidad nos afectaba mucho.
De los 2800 pasajeros que habían embarcado, solamente quedaban a bordo 300, de los cuales 75 éramos uruguayos y solamente 8 quedamos del plan El Retorno. Tuvimos también momentos gratos de diversión donde la gente se distendía y dejaba de pensar en los problemas.»
«Mucha gente ahí se deprimió, pero los demás comenzamos a levantar el ánimo al resto. Sucedían cosas insólitas. Un día nos dicen que aprontemos el equipaje y que pasarían a retirarlos para desembarcar. Nosotros todos ilusionados con que nos íbamos y luego de que se llevaran nuestro equipaje, nos informan que ese día no era, que posiblemente sería el siguiente, así que estábamos con lo puesto, sin ropa de recambio. Al otro día nos devolvieron las maletas, y a esa altura no sabíamos si eso era bueno o malo. Vivíamos una continua incertidumbre.
El 25 de marzo nos informan que íbamos a descender, nos llevarían a un hotel pago por la compañía, porque las autoridades italianas no querían que los cruceros tuvieran personas a bordo, y la fecha final era el 27 de marzo. Hubo gente que se atrincheró en sus cabinas porque no querían bajar dos días antes.»
Según Yolanda Sena fue una muy buena experiencia a pesar de algunos momentos de nervios vividos. Tanto el ministerio de relaciones exteriores de Uruguay consiguiendo abrir fronteras y los vuelos que nos trajeran a casa, como Costa Cruceros tomaron el liderazgo y asumiendo con responsabilidad las decisiones de un viaje que debería haber finalizado el día 19 de marzo, continuando, con todos los servicios hasta el día 27 de marzo en que desembarcaron todos en la capital italiana.
.Costa tenía que bajar a los pasajeros , porque luego tenía que ver qué hacía con sus 1200 tripulantes, que en general vivían en el barco, pero ahora con la disposición nueva, había que repatriar a sus países de origen.
Esa tarde de tanta tensión hubo cosas tragicómicas, como por ejemplo, un señor mayor que decía que era marino y que podía llevar todo el crucero de vuelta a Montevideo manejando él.
Finalmente bajamos del crucero, nos llevaron al hotel Ciccerone en Roma, propiedad de Costa, todo con estrictas normas de desinfección.
Cuando llegamos a la puerta del hotel y descendimos de los buses otra nueva experiencia. Por disposición de sanidad pública, no se podía ingresar todos juntos al hotel a recoger nuestras habitaciones. Debíamos hacerlo de grupos de 3 personas.
Afuera debimos soportar temperaturas de 4 grados todos en una fila hasta que se apiadaron de nosotros y nos dejaron entrar a los mayores al lobby manteniéndonos separados.
.Allí no podíamos salir de la habitación. Recibíamos las comidas en unos recipientes en bolsa de nylon que teníamos que ir a buscar y manteniendo todos 1 metro y medio de distancia. En la calle había un patrullero totalmente pendiente de si estábamos de a dos o de a tres, y cuando no cumplíamos bajaban los carabinieri y de un modo muy imperativo nos decían que debíamos separarnos. Era obvio que esta gente estaba pasando muy mal y no tenían tiempo para sonrisitas mientras nos decían las cosas.
El promedio de edad de los que estábamos era 75 años. En determinado momento una señora de muchos años se puso a llorar y repetía -nos vamos a morir acá-. Yo sabía que iba a demorar la solución entre cancillería y Costa, pero las autoridades del país iban a encontrar la forma de llevarnos a casa. Y dicho y hecho, finalmente el 27 subimos a los buses y nos llevaron directamente al aeropuerto de Roma y tomamos un vuelo especial de Alitalia que volaba con otros repatriados de Europa a Sao Paulo.
En San Pablo nos esperaría el emblemático Hércules, tuvimos la experiencia maravillosa de volar en ese avión militar de la Fuerza Aérea Uruguaya.
Fue un viaje distinto a todos los que habíamos conocido, por supuesto, pero todos volvíamos a nuestro país. Y allí, el típico aplauso uruguayo al tocar tierra.
En el edificio del aeropuerto divisamos que estaba nuestro flamante Ministro de Defensa Nacional Javier García esperándonos para darnos la bienvenida.
Allí nos cayó la ficha como se dice, y nos dimos cuenta que todo el país hablaba de nuestras peripecias hacía días en los informativos y que todo lo vivido hoy ya era historia.
Nuestro paisito no nos había olvidado.
Ahora ya en Uruguay, de todas formas seríamos tratados como posibles portadores del virus. Todavía hoy, 5 de abril nos mantenemos en cuarentena, con la esperanza de no haber dejado penetrar el virus en ninguno de los sitios que por fuerza mayor de las circunstancias permanecimos tantos días. Fue todo muy emocionante y ahora permaneceremos hasta que termine la pesadilla. QUEDEMONOS EN CASA.
Agradecemos a los que de una u otra forma han colaborado para compartir esta publicación con todos nuestros lectores. Especialmente a Yolanda Sena que nos mantuvo a todos informados día a día desde el barco mediante su celular, a la federación de instituciones españolas de Uruguay en la persona de su presidente Jorge Torres y a Rosario Avila y su esposo Ruben Darío, por su narración y fotografías. Mario Corrales
Muy buena crónica la leí gustoso